El
Diario Manchego
Martes, 21 de abril del año 1605.
El valeroso hidalgo de la Mancha vuelve a la conquista de su amada Dulcinea.
-
"Don Quijote es un amable caballero sin mala intención, lo sé,
pero de tanto leer esos libros gordos de caballería, ¡se ha vuelto
loco como una cabra!"- Así nos relataba en la entrevista la
exaltada campesina manchega doña Adriana de la Torrija, que fue
acosada presuntamente por Alonso Quijano, un hombre de unos cincuenta
años, delgado y alto, que está dañado mentalmente por haber leído
tantísimos libros de caballerías, y que ahora se hace llamar "Don
Quijote de la Mancha".
La
noticia ha corrido por todas las tierras de nuestras proximidades, y
ha levantado una ola de curiosidad y sorpresa entre numerosas
personas del lugar, sobre todo en las mujeres, temerosas de toparse y
ser perseguidas también por este extraño caballero.
El
rumor también corrió hasta nuestros oídos, por eso, el Diario
Manchego igualmente ha querido redactar un detallado reportaje de
este suceso, para que los que aún no saben nada puedan también
conocer lo que ocurre en su pueblo. Decidimos hacer una entrevista a
esta mujer que, por lo visto, el "sustillo" le afectó
mucho, a cargo de nuestra mejor reportera Lorenza del Santoral.
-Doña
Adriana, tranquilícese, por favor. Y ahora, dígame: ¿qué es lo
que pasó exactamente allí?-Le pregunté yo a la exaltada mujer que
tenía ante mí.
-
"Mire usted, yo iba tan tranquila con mis dos hermanas Mariana y
Bernarda, y nos dirigíamos hacia la venta de Juan Palomeque, cuando
se cruzó un hombre regordete con un burro gris, se paró un segundo
a mirarme y luego se retiró unos metros mas allá, donde le esperaba
otro hombre junto a un caballo blanco, con una lanza y una armadura
puesta, todo lo contrario a él: alto, flaco, y con el pelo blanco.
Se pusieron a hablar, y el de la armadura comenzó a gritar agitando
los brazos violentamente.
Nosotras
seguimos caminando indiferentes, pero de repente se acerca corriendo
el caballero alto y se arrodilla ante mí. Yo me alarmé y fui a
decirle que me dejara en paz, pero él me cogió de la mano y comenzó
con un ridículo discurso: '¡Oh! ¡Mi amada Dulcinea! Sé que los
sabios malignos me hacen verte fea, gruesa e inculta, pero en mi
interior puedo contemplarte igual de bella y sútil que lo eres en
realidad. Gracias a mi fiel escudero Sancho he podido saber que eras
tú. Quiero decirte que eres la mujer de mi vida, que te amo más que
a nada en el mundo, que lucho contra fieros gigantes y caballeros
fantasmas sólo para que no te pueda asustar ningún peligro.
Deja que tus suaves y delicados labios rocen con amor los míos, fundiéndose juntos en un tierno y apasionante beso, que me reconfortará de todas mis heridas causadas por las batallas vividas..."
Deja que tus suaves y delicados labios rocen con amor los míos, fundiéndose juntos en un tierno y apasionante beso, que me reconfortará de todas mis heridas causadas por las batallas vividas..."
Entonces
empezó a levantarse agarrando con sus fuertes brazos mi espalda y
cada vez acercándose más a mi cara. Mis hermanas se habían quedado
paralizadas de terror y estupefacción a la vez. Pero yo no estaba
dispuesta a que un maleducado analfabeto me sobara, y le grité:
'¡Serás
cerdo! ¡Estoy casada y tengo cinco hijos, bribón sinvergüenza!'
Y,
entonces, ¡PLAFF! Le pegué un bofetón que por poco y no lo mando
de vuelta a su pueblo, que se enterara de quién soy yo. Su
'escudero', que se estaba meando de risa, fue corriendo a socorrerle,
gritando su nombre para que se recobrara y pidiendo ayuda. Para
entonces, Mariana, Bernarda y yo ya estábamos alejándonos a paso
ligero hacia la venta.
Fue
un hecho que me ofendió muchísimo, pues yo quiero mucho a mi marido
Román y no quiero que un cualquiera me bese y encima me agarre de
esa manera, cuando sólo lo puede hacer mi querido. Por eso he
decidido denunciar a Don Quijote, aunque ya hubiera oído hablar
antes de él y me diera un poco de pena su locura."
Me
quedé un poco sorprendida con Adriana de la Torrija, porque me dí
cuenta de que era una mujer con mucho carácter. Pensé que tal vez
había exagerado mucho con nuestro ilustre vecino de la Mancha Don
Quijote. Dado que me quedé un poco confusa con su testimonio, decidí
entrevistar a un testigo más, y, como no podía interrogar a Don
Quijote porque estaba en cama curándose de las heridas de la lucha
contra unos molinos de viento que supuestamene eran gigantes (eso es
otra historia), se me ocurrió probar con Sancho Panza, que estaba
descansando aprovechando que su amo no estaba de servicio.
Aunque
se me resistió un poco, al final conseguí convencerlo:
-
Buenos días, señor Sancho Panza. Soy la reportera del Diario
Manchego Lorenza del Santoral, gracias por aceptar la entrevista.
Bien sabemos usted y yo lo que pasó la semana anterior en la Sierra
de la Vinagreta, con esa pobre mujer que quedó marcada por la
actuación de su amo Don Quijote. Adriana de la Torrija está muy
avergonzada de lo que hizo el caballero. También la he entrevistado
a ella, pero no he quedado muy convencida, por eso quiero que me
cuente todo lo que pasó allí desde su punto de vista.
-
"Encantado, Lorenza. Le relataré todo lo que vi con mucho
gusto. Nos encontrábamos, efectivamente, en la Sierra de la
Vinagreta. El caballero Don Quijote me hizo una comprometida petición
"Sancho amigo, ve y llévale esta carta que acabo de escribir a
mi amada Dulcinea, pues seguro que querrá saber donde me encuentro
ahora, y no quiero que se preocupe por mí. Dile que la quiero con
locura".
Bueno,
como quería que traspusiera con la dichosa carta nada más y nada
menos que al Toboso y encima, la que él ve como Dulcinea es en
realidad Aldonza Lorenzo, su vecina, y no tenía a quien darle
realmente la carta, decidí echarle una pequeña mentira y decirle
que Dulcinea era la primera mujer que pasara por el camino.
Nada
más pensar esto aparecieron por el caminito tres rollizas
campesinas, feas y con rústicos modales, caminando tranquilamente.
Pensé que era mi momento, me acerqué corriendo con Rucio un poco
más a ellas para verlas mejor, y me volví rápidamente hacia Don
Quijote, que esperaba junto a Rocinante bajo un árbol.
'¡Don
Quijote, no se va a usted creer lo que acabo de ver! ¡Dulcinea en
persona y sus dos doncellas vienen de camino hacia aquí!' le dije.
Él se sorprendió y se asomó rápidamente al camino, al ver a esas
mujeres totalmente opuestas a Dulcinea, gritó '¡Oh, Sancho! ¡Los
sabios malignos ponen ante mis ojos a una gorda, fea e inculta mujer!
Pero a mí no me van a engañar, sé que en realidad es tan bella y
dócil como una princesa, y que es Dulcinea.'
Dicho
esto, se dirigió corriendo hacia aquella campesina, y le soltó un
discurso de amor de lo más sincero. Yo me hice el remolón y me
alejé unos pasos, al ver la expresión de la cara de la mujer. Don
Quijote se le acercó un poco más, y me pareció que le iba a dar un
beso, cuando la campesina gritó algo y le propinó tal bofetón que
se le quedó toda la marca de los dedos de la mujer en la cara. Fui
corriendo y pedí auxilio, pues parecía que el caballero se había
quedado tonto.
Cuando
fui a protestarle a la inculta, ya se había alejado demasiado junto
a las otras dos...
No
tenía derecho a hacerle eso a mi señor, pues tiene que comprender
que no está muy bien de la cabeza y tenía que haberlo tratado de
otra manera. ¡Menuda pieza está hecha esa dichosa campesina!"
Tras
reírme unos segundos disimuladamente, me dí cuenta de que tenía
todos los datos necesarios para saber lo que pasó realmente. Ambos
tenían el mismo testimonio, estaba satisfecha. Ahora sólo hay que
esperar a que se calmen un poco las cosas y que cambie la opinión
que tienen todas las mujeres sobre el pobre Don Quijote de la Mancha.
Adriana tendrá que quitarse ese enfado que tiene, porque, al fin y
al cabo, no fue para tanto.
Sólo
fue el impulso de la locura del amor...
Artículo de: Lorenza del Santoral
Escrito en puño y letra por la directora del Diario Manchego: Fátima López
excelente información amiga
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